Chihuahua Provinciana

Recopilación de las notas más relevantes del Periódico Impreso Tercera Edad que circuló por mas de 20 años

 

Memorias de un reportero

Chihuahua Provinciana

Por: Alejandro Pérez de los Santos

 

Periódico Tercera Edad del año 2006

Chihuahua era chiquita, casi niña. Se extendía desde el Santuario de Guadalupe donde estaba muy comercial la tienda de «Las Quince Letras», hasta el puente hermoso, del Santo Niño que desde lejos simulaba una estampa de pueblecito europeo; desde los Papalotes de don Ceferino, el suegro de Lázaro Villareal, hasta el Chuviscar, allá por el Plan de Alamos, y el Palomar que era la vieja estampa de San Felipe el Real que era la vieja estampa de San Felipe el Real que nos quedaba.

La tarde era hermosa, llena de fuego, de la misma caldera de Vulcano como sacada de alguna Fragua de las muchas que abundaban por todos los barrios.

Habíamos visto en el cielo purísimo como libélulas locas los aviones, antes se decía aeroplanos que salían como avispas de su campo de aterrizaje situado allende el río, donde hoy es el barrio de San Felipe, revolotear sobre la ciudad haciendo piruetas, predominantemente «La Chancla» una nave que todo el mundo conocía.

Sentados a la sombra de la tarde bajo la higuera añosa y polvorienta estábamos prestos para la merienda que servía la abuela con chocolate de molinillo, y pan de El Águila, La Nacional, La Reina, El Leviatán o de la San Francisco. Ladrillos, laberintos, campechanas, coyotas, pan de anís y de canela.

Más tarde vendría el crepúsculo de fuego ardiente apagándose, arrullándose entre las campanadas del reloj siriolibanés, de grata memoria, a quien Dios tenga de adorno en el cielo y que por mandato de un alcalde fue derribado; del reloj del paraninfo del Instituto, de la torrecita del templo de La Trinidad; y la voz de barítono de la Catedral llamando al cotidiano Santo Rosario, que se escuchaba perfectamente desde la Huerta de Carreón hasta el barrio del Pacífico donde se ubica el precioso construido a madias templo expiatorio del Sagrado Corazón de Jesús.

Luego vendrían las primeras horas de la noche. Las músicas de los radios se escucharon a la distancia porque pasado el calor de la canícula se abrían los postigos de las casas. Era hora de pasear por el parque Lerdo, cuidado por don Amador Moyetón, por las plazas Hidalgo o de Armas y no acercare al «de las calaveras» o sea el ex panteón de La Merced o parque Urueta y menos al de La Regla donde una fantasma vestida de novia se le aparecía a «Cerveza”, hijo de don Manuel Gómez quien escribió un breviario para enseñar a los tipógrafos apéndices y era administrador del internado de la Escuela de Artes y Oficios.