Por : Yolanda Joannis Fierro
Periódico impreso de la Tercera Edad
Abril/2014
La naturaleza nos ofrece cada día nuevas lecciones, lo que hace apenas dos semanas como objetos inertes, ramas sin vida, empiezan hoy a brotar, y más adelante lucirán frondosos.
Esa experiencia aplicada en el hombre nos fortalece. Hombres sesentones o setentones producen lo mejor de su intelecto en el terreno de la literatura, de la poesía o de la historia.
A la abuela se le busca no porque luzca sus canas brillantes, sino por los consejos que suele dar a sus nietos.
Leí hace unos días la despedida de un maestro ya setentón, que fue objeto de un homenaje por sus amigos y alumnos con motivo de su retiro y de que cumplía más de 70 años. La edad no es siempre señal de decadencia.
El árbol vuelve a brotar, y el artista no deja de crear.
Para quienes acudimos del jardín del abuelo y escuchamos los trabajos que elaboran nuestros compañeros sobre investigaciones de tipo histórico, poético, biográfico o anécdotas, nos causan admiración, porque además de la vitalidad del trabajo, la edad no existe al menos intelectualmente.
Para quienes hemos rebasado la barrera de los 60 años se nos abre las puertas que a la mejor que en nuestra juventud no tuvimos tiempo de poder participar, no sólo en el terreno cultural, sino también a través de la música, del baile o del canto que ahora desplegamos con mayor libertad que cuando lo hacíamos de jóvenes.
El verde de los árboles nos estimula, pues después de un largo letargo invernal igual que el del humano, empieza a resurgir la vida, poco a poco, a través de las plantas, las flores, y hasta los pájaros que animan la vida y que de alguna manera nos alientan a nosotros las personas para tratar de renovarnos.
La ciudad nuestra lucirá durante esta temporada de nuevos y muy numerosos árboles que se plantaron en las avenidas y calles principales.
No hay nadie que reproche la idea, sino por el contrario lo vemos con agrado, que nuestra ciudad vuelva a ser, ya no el jardín de las rosas del pasado, sino un frondoso jardín verde que la hará lucir más acogedora.
No despreciamos un edificio nuevo, o una plaza, pero creo que los árboles en los camellones son señal de buen gusto, más en una ciudad como la nuestra que es tan árida.
Utilizamos el ejemplo de la naturaleza en nuestra vida. Renovamos, crecer, y servir a quien nos necesite y así estaremos cumpliendo una de las tareas más nobles del hombre.
Y para terminar nos brinca un refrán muy conocido: “Viejos lo cerros y todavía reverdecen”.